El Diario de Noticias de Álava, en su edición del lunes, 7 de julio de 2025, ha publicado una entrevista realizada a nuestro Presidente Juan Ignacio Urrésola, por el periodista Unai San Pedro Camacho, la cual reproducimos a continuación:
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La delegación alavesa de Secot defiende su labor en Vitoria como una forma de hacer útil el saber acumulado de las personas mayores.
Secot es una asociación de voluntariado formada por una treintena de socios sénior —profesionales jubilados con una larga trayectoria— que asesoran y forman en materias vinculadas a la gestión empresarial y social. Su labor se dirige principalmente a emprendedores, jóvenes, personas desempleadas de larga duración y colectivos en riesgo de exclusión social y laboral. Desde mayo de 2024, la presidencia recae en Juan Ignacio Urrésola (Bilbao, 1961), quien encabeza esta iniciativa con el objetivo de poner el conocimiento y la experiencia al servicio de quienes más lo necesitan. Conversamos con él sobre los retos del edadismo, el valor de la experiencia en una sociedad que tiende a infravalorarla y el potencial transformador de la jubilación activa que promueve su asociación.
Secot nació en 1989 impulsada por un grupo de altos directivos jubilados que querían seguir aportando valor a la sociedad. En 2005 llegó a Álava. ¿Cómo se adaptó el modelo estatal a las necesidades de aquí? ¿Cuál es su objetivo principal?
—No hay una diferencia en cuanto al objetivo respecto al modelo estatal. Nuestro propósito es el mismo: dar un servicio útil a la sociedad. Las personas que formamos parte de Secot, tanto a nivel estatal como en Álava, creemos que nuestra experiencia todavía puede ser valiosa. Apostamos por que los senior puedan seguir desarrollándose, no solo en el ámbito profesional que han tenido durante su vida laboral, sino también en otros campos. La formación es continua: algunos venimos del derecho o de la economía, pero nos seguimos preparando en cuestiones como la brecha digital, la empleabilidad o la soledad no deseada. Los inicios en Álava fueron complicados, porque se empezó con muy poca gente. Pilar, la primera presidenta, hizo un trabajo extraordinario. Logró establecer relaciones estables con el Ayuntamiento, la Fundación Vital, la Diputación… Gracias a eso hoy contamos con un convenio que nos permite estar ubicados en el CETIC (Centro de Tecnologías de la Información y la Comunicación). En esencia, el objetivo no cambia, pero sí varía el método de actuación, que se adapta a la realidad del territorio.
El voluntariado sénior todavía es una práctica poco extendida, pero en Secot hay perfiles diversos y cualificados. ¿Qué tipo de trayectorias profesionales integran actualmente la organización y cómo llevan a cabo su labor como asesores?
—Álava se caracteriza por tener un abanico de actividad más amplio que el del conjunto estatal, ya que aquí estamos desarrollando con más fuerza los aspectos sociales recogidos en nuestros estatutos, y no solo los vinculados al ámbito empresarial. Los perfiles que integran la organización son muy diversos. Tenemos economistas, juristas —no solo abogados, también profesionales de la administración pública, como procuradoras—, psicólogos, médicos, enfermeras, profesionales del mundo universitario o empresarial… incluso un doctor en microbiología. Es un grupo muy variado y eso enriquece mucho nuestra labor. La actuación de cada uno depende del área en la que trabaje. En emprendimiento, por ejemplo, participan quienes provienen del mundo económico o financiero. En empleabilidad, contamos con personas que han trabajado en empresas y conocen bien los procesos de selección.
En cuestiones como la soledad no deseada o el tránsito a la jubilación, intervienen psicólogos y perfiles vinculados al ámbito sociosanitario o al de las residencias. También abordamos la brecha digital, un terreno en el que estamos aprendiendo todos, porque evoluciona a gran velocidad.
«Participar en Secot permite seguir sintiéndote útil, y eso es algo fundamental en todas las etapas de la vida»
«Que una actividad no cuente para el PIB no significa que no tenga valor»
«El edadismo está muy imbricado en nuestra cultura, y desmontarlo no es sencillo»
¿Son treinta y…?
—Treinta y seis, ahora mismo. A cierre de diciembre éramos treinta y cinco, pero acabamos de incorporar a una persona más. De hecho, tanto en la delegación de Álava como a nivel estatal, estamos inmersos en una estrategia activa de captación de nuevos séniores. Contamos con un procedimiento de incorporación: antes de nada, hablamos con la persona interesada para asegurarnos de que su visión encaja con la nuestra. A veces hay quien se acerca con una idea equivocada de lo que es Secot, y es importante alinear expectativas. A partir de ahí, llevamos a cabo un proceso de acogida que estamos revisando y mejorando continuamente. Nuestra previsión es cerrar el año con cerca de cuarenta personas en el equipo.
¿Qué tipo de personas acuden principalmente a Secot?
—Digamos que el colectivo principal está formado por personas mayores, generalmente a partir de los sesenta años. También atendemos a otros perfiles socialmente más vulnerables, como personas inmigrantes o con discapacidad. Pero, en líneas generales, el grupo más habitual es el de personas mayores de sesenta.
Miembros de Secot visitan centros de personas mayores frecuentemente para ofrecer charlas o cursos (sobre cultura, economía…) ¿Con qué objetivo?
—El objetivo principal es compartir nuestro conocimiento y experiencia para que pueda ser útil a las personas mayores. Un buen ejemplo es la brecha digital, un tema que venimos trabajando desde hace años. Aunque no excluimos por edad, la mayoría del público son personas mayores que se sienten un poco desplazadas por el ritmo al que evolucionan las tecnologías. Intentamos que adquieran unos conocimientos mínimos, trucos básicos, que pierdan el miedo a usar el móvil, el ordenador o a relacionarse digitalmente. También ofrecemos charlas jurídicas, para que conozcan aspectos básicos del derecho que pueden afectarles en su día a día: qué ocurre si te llaman para aceptar una herencia, cómo funciona el régimen económico matrimonial o qué implica el registro de la propiedad, por ejemplo. Y luego está el tema del emprendimiento. A veces alguien tiene una idea muy buena, pero no sabe cómo materializarla. Nosotros les ayudamos a entender si les conviene ser autónomos, formar una cooperativa o crear una sociedad limitada. También trabajamos con ellos cuestiones como el plan de negocio, la competencia, el marketing o la viabilidad económica de su proyecto. Además, colaboramos con la Fundación Vital, con la que tenemos un convenio desde hace años, para ofrecer charlas de contenido económico y jurídico. En las sesiones económicas, por ejemplo, explicamos conceptos como el Concierto Económico, el Producto Interior Bruto o el endeudamiento público. La idea es que la gente tenga mas criterio y herramientas para enfrentarse con confianza a distintas situaciones del día a día.
Pero también visitan a menores en institutos.
—Si, efectivamente. Es un programa que pusimos en marcha hace un par de años y estamos muy contentos con el. Trabajamos con alumnos de formación profesional que están a punto de incorporarse al mercado laboral o de crear su propia empresa. Ahí es donde nosotros podemos aportar valor desde la experiencia. Por ejemplo, si un estudiante quiere montar un negocio, nosotros podemos ofrecerle una visión practica que complemente lo que ya le dicen sus profesores. Incluso les invitamos a que vengan a Secot para profundizar en sus ideas. En el ámbito de la empleabilidad, uno de los módulos que ofrecemos es una teatralización de entrevistas de trabajo. Les mostramos como afrontar ese momento, porque la primera impresión puede ser clave a la hora de conseguir un empleo. También trabajamos con jóvenes en colaboración con Cáritas, especialmente con personas inmigrantes. Muchos de ellos tienen el mismo nivel de motivación y preparación que los alumnos de formación profesional, pero se enfrentan a obstáculos añadidos, como la falta de documentación. En estos casos, tratamos de orientarles sobre cuestiones legales relacionadas con la normativa de extranjería o el arraigo. Si logramos eliminar esas barreras con información clara, todos salimos ganando: hay más emprendedores, más personas activas en el mercado laboral, y eso beneficia a toda la sociedad.
Participar en Secot supone mantenerse activo intelectual y socialmente. ¿Qué impacto emocional y vital ha tenido esta labor voluntaria en la vida de los colaboradores de la asociación?
—Creo que ha tenido una incidencia alta y muy positiva. Participar en Secot permite seguir sintiéndote útil, y eso es algo fundamental en todas las etapas de la vida. Somos seres sociales y necesitamos relacionarnos de forma positiva con los demás, generar vínculos sanos y mantenernos activos. En Secot, eso se consigue a través de la utilidad: poder aportar algo a otros da sentido a lo que hacemos. Te pongo mi propio ejemplo. Hace unos años, había aspectos del mundo digital que no me terminaban de convencer. Pero gracias al trabajo con los compañeros y a nuestra labor en cursos sobre brecha digital, he cambiado mi forma de ver las cosas.
Y como yo, la mayoría de los séniores te dirán que esta experiencia es realmente enriquecedora.
¿Qué tipo de implicación tienen ustedes?
—Cada persona se implica en función de sus posibilidades. El compromiso no es rígido: hay quien colabora una hora a la semana y quien dedica cuatro horas diarias. Cada uno elige su nivel de participación. Lo importante es que te permite no solo mantener vivo el conocimiento que ya tienes, sino también aprender sobre nuevas materias.
Iniciativas como Secot demuestran que la jubilación activa no solo es posible, sino también favorable en muchos aspectos. Sin embargo, vivimos en una sociedad que tiende a vincular la jubilación con el retiro total de la actividad productiva. ¿Qué le diría a quienes consideran que la jubilación implica dejar de ser útiles para la sociedad?
—Si, hay personas que afrontan mal la jubilación. Precisamente por eso damos charlas sobre el tránsito a esta etapa, porque existen estudios que demuestran que suele haber una especie de curva emocional: al principio se vive una especie de «luna de miel», una sensación de libertad, de no tener obligaciones. Pero después muchas personas sufren un bajón, porque tantos días de vacaciones seguidos pueden acabar perdiendo sentido. Luego llega una recuperación, pero es un proceso. Por eso, más que recomendable, yo diría que mantenerse activo es necesario. Que una actividad no cuente para el PIB no significa que no tenga valor. Siempre pongo el ejemplo de las amas de casa: durante años su trabajo no fue reconocido económicamente, pero su valor para la familia era incuestionable. Lo mismo ocurre con los amos de casa hoy en día. No tienen un sueldo, pero el valor de lo que hacen es enorme. En Secot, por ejemplo, cuando damos una charla sobre testamentos y herencias, ayudamos a que la gente entienda que aceptar una herencia sin conocer su contenido puede tener consecuencias graves. O cuando hablamos de la importancia de inscribir una compra-venta en el registro de la propiedad, evitamos que alguien pueda perder su vivienda por no haber completado un trámite. Eso tiene un valor real, incluso económico. Y no solo hablamos de Secot. Todas las organizaciones de voluntariado aportan un valor incuestionable: el Banco de Alimentos, la Asociación contra el Cáncer, Cáritas… hay cientos. Y ya hay estudios que demuestran el significativo impacto económico del tercer sector.
El edadismo sigue siendo una forma de exclusión normalizada y poco denunciada, tanto en el ámbito laboral como en el social. ¿Cree que estamos sabiendo detectar y combatir esta forma de discriminación?
—No, no creo que estemos sabiendo detectarlo ni combatirlo del todo. Y además, el edadismo no es algo reciente. De hecho, si comparamos nuestra sociedad con otras, podríamos decir que estamos relativamente bien. Hay personas que vienen, por ejemplo, de Hispanoamérica, y nos cuentan que en cuanto alguien se jubila, lo aparcan en casa y ya no cuentan con él. También es cierto que muchas de esas sociedades no son tan ricas como la nuestra, y eso limita las posibilidades. Pero incluso en sociedades igual o más ricas que la nuestra, culturalmente también se aparta a las personas mayores. Así que, aunque estemos mejor que otros, no estamos donde deberíamos. Llevamos muchos años alejándonos del valor social de la edad. Se nos impone la idea de que tenemos que ser siempre jóvenes.
Con 80 años, decimos «la edad es solo un número, yo me siento joven», como si ser mayor fuera algo malo. Y ahí está el problema: el edadismo está muy imbricado en nuestra cultura, y desmontarlo no es sencillo.
¿Ha habido avances a lo largo de los últimos años?
—Es cierto que una persona de 60 años hoy no es la misma que una persona de 60 a principios del siglo XX. Entonces se les consideraba ancianos, sin matices. Hoy hablamos de personas mayores. Pero la discriminación por edad existe igual que por género etnia, nivel educativo o clase social. Clasificamos a las personas en función de muchos factores, y la edad es uno de ellos. Va a ser un trabajo de día a día. Creo que vamos en el buen camino, pero eliminar el edadismo por completo lo veo complicado. Desde luego, imposible a corto plazo. Espero que, a medio o largo plazo, podamos mitigar este tipo de prejuicios, porque eso es lo que son: prejuicios. Se asocia a las personas mayores con la enfermedad la pasividad, la cercanía a la muerte. Pero los estudios sociológicos muestran que la mayoría vive con buena salud y calidad de vida. La imagen que tenemos de alguien que lo pasa realmente mal no siempre está vinculada a la edad. Hay personas con problemas de salud a cualquier edad.
En muchas profesiones, especialmente las vinculadas a la tecnología o la comunicación, se valora la juventud por encima de la experiencia. ¿Ha sido testigo de situaciones en las que la edad haya supuesto una barrera injusta?
—Sí, sin duda. De hecho, ahí está la ayuda específica para personas mayores de 55 años. Si existe, es precisamente porque se reconoce que tienen serias dificultades para acceder al mercado laboral. Estamos hablando de personas con estudios, con experiencia, con conocimientos… perfectamente válidas desde el punto de vista profesional.
¿Por qué sucede esto?
—Puede que influya el hecho de que el empleador vea que, para cuando termine de formar a esa persona dentro de su empresa, solo tendrá un recorrido de cinco o seis años hasta la jubilación, y crea que no va a obtener toda la productividad esperada.
Es cierto que la incorporación a una empresa implica una inversión formativa inicial y un proceso continuo de adaptación. Quizás también influya que estas personas sean más conscientes de sus derechos laborales. No lo sé con certeza, pero lo que sí está claro es que esta barrera existe y se da con frecuencia. Y si no fuera así, esa ayuda no estaría vigente.
A menudo definimos la vejez en términos de pérdida: de fuerza, de agilidad, de presencia. Pero hay quienes la describen como una etapa de libertad, equilibrio y sabiduría. Si tuviera que resumir esta etapa de su vida en tres palabras, ¿cuáles elegiría y por qué?
—Lo de resumir en tres palabras me resulta complicado. Pero si tuviera que hacerlo, diría: la mejor etapa de mi vida. Vivimos el presente. Tenemos un pasado, tenemos un futuro, pero lo que realmente vivimos es el ahora. Para mí, es fundamental centrarse en el momento actual. Estoy viviendo esta etapa de forma muy positiva. También es cierto que tengo salud pero no creo que sea solo una cuestión de edad: si con 20 años estás mal de salud, también lo pasas mal.
Lo que sí tengo claro es que no hay que tenerle miedo ni a la jubilación ni a la edad. Así de claro lo digo.
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