Autor: Javier Fz. de Troconiz
Nota: Esta entrada refleja la opinión de su autor. En ningún caso debe entenderse como la opinión formal de Secot-Álava.
Reproduzco el artículo que hoy publica Pablo Zapata en EL Correo, viene al caso del Proyecto de Jubilación Activa.
«Cuando las personas se jubilan, caben dos posturas: una, ya me he jubilado, no tengo nada que hacer, ver pasar el tiempo (algo que se cierra, fin de carrera); otra, comienza una nueva etapa, tengo proyectos por delante (algo que se abre, un premio). En esta vida, para muchos, eres normal si sigues la rutina de todos: no hacer nada especial, ir con los jubilados, jugar a las cartas, consumir el tiempo. Y si te sales de ese camino trillado y haces ahora las cosas que tenías ganas de realizar, vienen los dichos: pero qué haces a tus años, mira que ponerte a estudiar ahora, a ver si te crees un joven, ahora tienes que disfrutar, cada época tiene sus quehaceres.
Quiero partir de unos principios claros: la inteligencia no se jubila, siempre es momento para aprender. Jubilación viene del latín jubilatio: gritar de alegría, de júbilo, por no tener ya las obligaciones del trabajo. Que es palabra más prometedora que en inglés (retired), francés (retraite) o alemán (pensioniert), que tienen un matiz mucho más negativo del mismo hecho. El mejor piropo que nos pueden decir es que hemos sido eternos estudiantes, que hemos mantenido abierta la curiosidad, que «no hay maestro que no pueda ser alumno», nos dice Gracián. Muchas veces hemos oído «loro viejo no aprende a hablar». Es una solemne tontería, puede aprender a hablar, a cantar, a bailar… y a pensar. Todos valemos para algo, todos tenemos aquella facultad que quedó oculta y no hemos tenido oportunidad de desarrollarla. Con los años, las fuerzas físicas van decayendo, pero no las mentales, y tenemos la ventaja de la experiencia. Muchos de los grandes músicos, escritores, pensadores y artistas han desarrollado lo mejor a partir de los 60 y 70 años, y hoy en día más tarde. Tal vez la mejor obra de Delibes, ‘El hereje’, la publicó a los 78 años; Vargas Llosa, ‘La fiesta del Chivo’, una de sus mejores, a los 64; ‘El Quijote’, lo publica Cervantes a los 68 años, uno antes de morir; Picasso muere a los 91 en plena producción. Podríamos fijarnos en Víctor Hugo, Goethe, Ramón y Cajal (82), Vicente Ferrer (89), Joaquín Achúcarro (86), Emilio Lledó (91), Margarita Salas (80). Se podrían citar decenas de ejemplos, por encima de los 80 y seguían con curiosidad mental.
Hay disminuciones físicas evidentes, y lo más estúpido es querer competir contra la edad. Pero se puede seguir haciendo cosas. Si de joven hiciste el Camino de Santiago en bravas etapas, ahora lo puedes realizar haciendo paseos a tu media o con un coche de apoyo; si antes hiciste largos viajes, ahora pueden ser más cortos y a otro ritmo; si antes tuviste que dedicar muchos años a largos estudios, ahora los haces con tranquilidad. Quien no vale para la pintura, vale para la música, la costura, la cocina o las manualidades. Todos valemos para algo. Lo importante es haber descubierto esa faceta. Estamos en la edad en que podemos desarrollar aquellas aficiones ocultas que se quedaron adormiladas en el tintero de la vida. Ahora somos ricos porque somos dueños del principal tesoro, nuestro tiempo. Podemos realizar todo aquello que soñamos, lo peor es no tener sueños. La inteligencia no está prefijada en el momento en que nacemos, sino que se cultiva a lo largo de toda la vida. Nunca es tarde para intentar realizar los sueños. Podemos ser eternamente estudiantes, eternamente jóvenes. Quiero terminar con el pensamiento de uno de los intelectuales más juveniles de los últimos tiempos: «Nos educan para ser productivos y consumistas, para ser súbditos, no para tener pensamiento propio» (José Luis Sampedro, poco antes de morir, 97 años). Y deja al vecino que hable, que puede que le pase como al burro aquel que se reía del canario porque, el pobre no sabía rebuznar como él.»