Fuente: El Correo/Fermín Apezteguía
La generación que nació entre los años 50 y 60 llega al final de su vida laboral y se niega a quedarse en casa o a salir sólo a ver obras públicas.
Javier, Itziar, José Luis y José Antonio, miembros de Secot, charlan sobre cómo ha cambiado su vida mientras se toman un café.
La jubilación no siempre es el paraíso soñado. Tiende a imaginarse como unas vacaciones sin fin, una nueva vida sin despertador y un tiempo sin más obligaciones que viajar, pasear y poder dedicarse por fin a lo que a uno le dé la real gana. La gloria. Pero la realidad, ¡lástima!, suele ser muy distinta. Después de un tiempo más o menos largo, quizás unos meses, de ‘luna de miel’, llega la realidad: ¿Y ahora, qué? Los 600 contactos del móvil no valen para nada, porque ya nadie te llama. La vida, que hasta hace sólo unos meses parecía tan organizada, ya no lo es tanto. Demasiado tiempo libre. Y un día, uno se descubre estorbando en medio del pasillo de su casa, para comprobar cómo su pareja, la mujer que todos los días le daba un beso antes de irse a trabajar, le dice: ¡hala cariño! Vete a hacer unos recados y tómate un café’….
«Hay que hacer algo, lo que sea. Cada uno tiene que encontrar su propio camino, pero lo importante es no quedarse quieto», explica José Luis Agirre, presidente de la delegación vizcaína de Secot, una asociación sin ánimo de lucro que ofrece asesoramiento empresarial por parte de ejecutivos y empresarios ya retirados. La organización se ha involucrado ahora en un proyecto que han bautizado como «Jubilación Activa«, que pretende orientar a los trabajadores sobre la manera de dar un nuevo sentido a su vida a partir del día en que los terminales de su ordenador cierren sesión para siempre. «No puedes quedarte en casa viendo la televisión todo el día o ir a mirar obras para hacer de ingeniero y criticar a todos los arquitectos que ha participado en el proyecto. Hay que dar un nuevo sentido a la vida», se conjura.
Con el banco por España.
Casi un 30% de los vascos son mayores de 60 años, y muchos de ellos se encuentran a las puertas de ese tiempo largo que es la jubilación y que bien puede garantizar dos décadas de salud y capacidad para seguir siendo y sintiéndose útil. El paulatino envejecimiento de la población está convirtiendo a la generación del «baby boom» en la del «jubi boom«. Por eso, Secot ha comenzado a recorrer empresas de Álava y Bizkaia –pronto hará también lo mismo en Gipuzkoa– para dar a conocer a las plantillas más envejecidas su programa «Jubilación activa«, que solo busca incentivar a los trabajadores que están a punto de dejar de serlo para que se involucren en proyectos que les permitan mantener encendida la ilusión por la vida. La alternativa, según cuentan, es quedarse encerrado, muy posiblemente minar su larga relación de pareja, castigarse a la soledad y, no lo dude, entregarse a la enfermedad.
José Antonio Blanco, bilbaíno de Villasana de Mena (Burgos) de 61 años, conoce bien la sensación de ser titular indiscutible y pasar al banquillo de la noche a la mañana. Ocupaba un puesto de alta dirección en el BBVA cuando, con poco más de 50 años, la dirección del banco le dio dos meses para dejarlo todo. «Me pilló de sorpresa y me dejó vacío, porque yo incluso estaba pensando en una nueva responsabilidad profesional». Con el banco había llevado a su familia por Vitoria, Madrid, Valladolid, Alicante, Sevilla y La Coruña. «Hubo mucha comprensión por parte de mi familia, especialmente por mi esposa Yolanda, que era quien sufría los traslados, la escolarización de los niños y tenía que hacer nuevas amistades».
La última aventura.
El banco le ofreció un puesto de consejero en filiales, primero en Panamá y luego en Uruguay, en donde permaneció hasta hace casi dos años, pero no le era suficiente. «Un excompañero me dio la oportunidad de trabajar con él en una consultoría y me agarré a ello como a un precipicio, porque no me veía con edad como para estar parado. Era eso o nada». Años después, conoció Secot y se involucró en sus proyectos. «Tuve nostalgia de mi trabajo durante un año y supe de un director de sucursal que llegó a vestirse y salir de casa durante medio año todos los días para irse a trabajar, a pesar de que estaba jubilado. Hasta que su esposa se enteró en la calle de lo que ocurría…».
Itziar Bilbao, en cambio, supo lo que le venía y se preparó para lo irremediable durante su último año en activo. Bilbaína de 64 años, trabajó durante 40 años, en Aerolíneas Argentinas como representante de la empresa en el Norte de España. «Tenía miedo a encontrarme a las nueve de la mañana en pijama y sin saber qué hacer, así que decidí que iba a organizarme igual que lo hacía con mi tiempo de trabajo». Tenía su plan definido. Media hora para el desayuno, «el gran momento del día»; «una hora para prepararme», a las nueve de la mañana en la calle, «para hacer recados o para lo que sea».
La prejubilación le ha servido para recuperar a las amigas y disfrutar de largos cafés llenos no solo de recuerdos, sino también de planes y vivencias en común. «El sábado –por ayer– nos iremos de jornada de reflexión a Burgos. No tenemos intención de hablar de política, pero sí de pasárnoslo fenomenal». Tiene claro que el secreto de una jubilación activa, una última etapa de la vida de plenitud, pasa por no aislarse. «El grupo te sujeta, te apoya y tira de ti». Y permanecer activa. «Participo en un grupo que quiere hacer de Bilbao una ciudad amigable par a los mayores de 60 años… El futuro, cuando se tiene mi edad, es mañana. Vivimos nuestra última aventura y tenemos que ser protagonistas de ella».
El primer grupo de «Jubilación Activa» se fundó hace casi un año en Vitoria. Al frente de ella figura Javier Fernandez de Trocóniz, 71 años, que trabajó hasta los 69 en una multinacional japonesa «porque quedaron proyectos que nadie quiso coger». No podía quedarse quieto y, al jubilarse, siguió a su esposa a Cáritas, para colaborar en un programa de ayuda a inmigrantes. «Al principio fue por egoísmo puro, por seguir sintiéndome vivo», reconoce.
Sigue estándolo. «La agenda del jubilado muchas veces resulta complicada. Y a uno, a menudo se la llenan incluso con nietos, que están muy bien siempre que lo estén. Lo importante –aporta su reflexión final– es que entendamos que: «No te paras porque te haces mayor, sino que te haces mayor porque te paras».