POR TIERRAS DEL CANCILLER AYALA

Fuente: Iñaki Jimenez de Retana

El pasado día 18 de diciembre, los Socios de SECOT Álava nos juntamos para disfrutar de la última jornada lúdica del año. Esta vez, elegimos las tierras de Ayala.
A la hora en punto, nos concentramos en el punto de salida y nos dirigimos directamente hasta Quejana. Allí nos estaba esperando el guía, que nos acompañó amablemente durante la visita y nos contó muchos detalles sobre el emblemático lugar en el que nos encontrábamos y sobre la cantidad de arte que encierran sus muros.
Cuando uno entra en esa sala y contempla las tumbas del Canciller Ayala y el maravilloso retablo, copia perfecta del original que se encuentra en Chicago, no puede evitar la sensación de sorpresa. Y en eso coincidimos todos los allí presentes.
A la vez que seguíamos las explicaciones, podíamos contemplar los detalles de las sepulturas: el brillo de sus caras, los minuciosos detalles de los guantes y empuñaduras, las figuras que rodean la parte baja, la expresividad del perro que hay a sus pies…
Después de un buen rato alrededor de las estatuas yacentes del Canciller Ayala, Pedro López de Ayala y su mujer, Leonor de Guzmán, pasamos a escuchar las explicaciones sobre las tablas del retablo.

Finalizada la visita a esa maravillosa sala, pasamos a la Iglesia de San Juan, que se encuentra en el mismo patio de la Casa-Torre donde se puede apreciar el torno correspondiente a las dependencias del monasterio de las madres Dominicas, que custodiaron el relicario de Nuestra Señora del Cabello hasta su marcha en el año 2007.
Una breve visita para ver la imaginería del retablo principal y los laterales y las tumbas del hijo del Canciller, Fernán Pérez de Ayala y su mujer, María Sarmiento ponía el punto final a la visita de esa torre tan importante en la historia alavesa.

De allí, nos dirigimos a Artziniega. Ya nos esperaban en el museo etnográfico, para iniciar su visita. En el edificio que albergó la escuela durante muchos años, como nos recordó Víctor con sentido y cariñoso recuerdo de su infancia entre esas paredes nada más cruzar la puerta, estaban distribuidas perfectamente las diferentes salas donde pudimos retroceder en el tiempo, contemplando el proceso de la lana y el lino, un paso por varios oficios que se desarrollaban en la zona, destacando las tareas de confección, zapatería, farmacia, una perfecta reproducción de un ultramarinos, un aula de la escuela antigua y un sinfín de utensilios y elementos que nos evocaban tiempos pretéritos.
Pero ahí no acababa la cosa. También había espacio para reproducciones de salas con oficios de la tierra y el campo, donde pudimos recordar al herrero, las labores típicas de un caserío, la fabricación de queso, cubas para vino, el mundo de las colmenas y ver cómo sería la vida en el interior de las casas, observando los muebles colocados en lo que sería un comedor, una cocina vieja o una habitación.
Volvimos a la realidad al salir de ese evocador edificio, donde pudimos ver en más de una foto a nuestro compañero Víctor, con bastantes años menos pero con mucho más pelo en su cabeza. No pudimos evitar inmortalizar el momento, con una foto de grupo.
Sin apenas descanso, subimos hasta el Santuario de Nuestra Señora de La Encina. Pasados los jardines que lo rodean, atravesamos la puerta y nos sentamos para seguir las explicaciones de la guía. El retablo que estaba frente a nosotros brilló en todo su esplendor cuando lo iluminaron. Destacaba la talla de la reproducción de la leyenda de la encina, donde aparecen el Canciller Ayala y el notario, disputándose el lugar para la edificación del Santuario.
Los numerosos altares adyacentes tenían piezas de verdadero valor, destacando una de ellas que representa un Calvario, con María y San Juan. También hay que destacar una curiosa imagen de la Sagrada Familia y las maravillosas pinturas en uno de sus muros.
La maravillosa encina que da nombre al Santuario y que sigue fiel a su lado, desde hace muchos años, fue el marco perfecto para volver a juntarnos para otra foto grupal.

La mañana iba avanzando y paramos en Respaldiza para tomar un pintxo y un vinito, mientras comentábamos las maravillas que habíamos visto a lo largo de la mañana.
Nos dirigimos hasta Murguía, donde teníamos reservada una mesa en el Restaurante de la Casa del Patrón, donde repusimos fuerzas, antes de dar por finalizada la excursión.

Una vez más, habíamos sido testigos directos de otras maravillas que componen la riqueza artística, histórica y cultural de nuestra provincia que, a pesar de su pequeño tamaño, todavía nos deja muchos rincones por visitar.
Pero para eso, habrá que esperar a la primavera.